Tejedoras amuzgas de Xochistlahuaca, Guerrero

El arte de tejer en telar de cintura se aprende desde la infancia y así como los hilos tejidos van creando una prenda, la relación entre madres e hijas se teje en sus manos. Se teje también el conocimiento artesanal y se teje una identidad cultural y de género, la de ser una mujer amuzga de Xochistlahuaca, Guerrero.

El tejido en telar de cintura es una actividad a la que se designa a las mujeres de Xochistlahuaca desde los seis o siete años, pues mientras los padres instruyen a los varones en las labores de la siembra y el campo, las madres incorporan a las hijas en el arte de tejer. Entre juegos, la niña aprende a conocer el “coyuchi” –nombre que recibe el algodón silvestre por el color café natural que posee y porque es el color con el que los amuzgos de Xochistlahuaca reconocen al coyote–, mientras ayuda a su mamá a despepitarlo, y entre pláticas y observación, conoce su textura, sus propiedades y sus ciclos naturales. Más tarde esa sabiduría absorbida de la madre saldrá de sus manos cuando, por un impulso casi natural, la niña comience a tejer utilizando el algodón, la materia prima con la que convivirá el resto de sus días.

Los hombres salen al campo y a la siembra, ellos conocen de maderas y saben cuáles sirven para fabricar el telar. Las niñas, mientras tanto, aprenden a dibujar sus primeros diseños: colitas de tortuga o cucarachas de agua, pequeños rombitos de cinco hilos que son fáciles de hacer. Las madres les van enseñando a montar la urdimbre, a entrecruzar los hilos de cada diseño, a saber cómo empezar y cómo terminar. Todo como parte de un juego. Quizá de su primer tejido salga una servilleta y con ella envuelva las tortillas que otras mujeres hicieron; después hará huipiles, manteles y otras prendas de diseños y confecciones más complejos, que revelan el dominio de la técnica, repetición y práctica. A los 11 o 12 años ya podrá ser considerada una tejedora y estará apta para iniciar otro proceso, el de la confección de prendas.

Puntada tras puntada, unirá paños, creará trazos o patrones para servilletas y manteles, anudará los hilos para hacer el fleco que es el acabado de cada producto. Entre las adolescentes, una forma de destacar es presumir sus huipiles con sus amigas y así se incentivan para hacer unos más bonitos y experimentar con nuevos diseños.
Hasta entonces son las madres quienes deciden cuáles serán los diseños que llevará el huipil, pues el dibujo depende de cierto grado de dificultad que las niñas tienen que dominar; las madres saben si sus hijas pueden hacer una araña o una mariposa. Si las artesanas crean un nuevo diseño, lo compartirán con otras para intercambiar conocimientos y técnicas, enriqueciéndose y retroalimentándose, pues esta práctica refuerza lazos afectivos y sociales que salen del núcleo familiar.

Algunas mujeres salen de Xochistlahuaca y, con mayor preparación profesional, regresan a su lugar de origen y se comprometen a rescatar antiguas técnicas de tejido y diseños que ya no se hacen; posteriormente los comparten con las más jóvenes haciendo una labor de rescate y transmisión de saberes tradicionales.

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Con información de la CDI

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